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Con el 8M reclamamos la sostenibilidad de la vida

El feminismo demostró que puede parar el mundo y ahora quiere darle movimiento hacia el objetivo más ambicioso: la sostenibilidad de la vida y el fin de las desigualdades. El movimiento feminista es una revolución global que pone la vida en el centro.
Fundació IRES
09 marzo de 2020

Artículo construido entre compañeras de la Fundació IRES
#FeminismosQueAvanzan #DiaInternacionalDeLaMujer #MujeresIRES

La fuerza colectiva del 8M nos lleva la mirada hacia varios ejes interrelacionados de acción y reflexión: las violencias hacia las mujeres, nuestros cuerpos, la interseccionalidad de la lucha, y la economía, que cuestiona la sostenibilidad de la vida desde una perspectiva laboral, de consumo y de cuidados. En el marco del Día internacional de la Mujer, nos hemos sentado con algunas profesionales de la entidad para reflexionar alrededor de estas tareas feminizadas y no reconocidas en un sistema que perpetúa (y necesita) esta desigualdad.

En este marco de reflexión hay preguntas que capitalizan la esencia del debate.

¿Quién se responsabiliza de estos cuidados? ¿Es posible cuidar de otros y poder cuidarse a una misma? ¿Poner énfasis en los cuidados como prácticas individuales implica despolitizarlas? Es decir, ¿supone trasladar el debate del plano social al personal? Pero, si lo personal es político, ¿los autocuidados también lo son? ¿Si se comparten dejan de ser consideradas un acto individual?

Partimos del concepto de ética del cuidado, desarrollado por la filósofa y psicóloga Carol Gilligan, que considera a las personas como seres interdependientes de las necesidades materiales, emocionales y relacionales. Reclama, además, poner la sostenibilidad de la vida y del planeta en el centro de todos los procesos sociales, comunitarios, económicos y políticos.

Cuando se invisibilizan o ningunean los cuidados, se ignoran actividades imprescindibles para el desarrollo de la vida: parir, criar, atender a personas enfermas o dependientes, hacerse cargo del hogar, sostener redes familiares y de amistad, escuchar, proteger, dar afecto… Todas tareas sin las cuales el mundo se para. Las tareas de cuidado, feminizadas, a menudo relegadas al ámbito doméstico, invisibilizadas y no remuneradas, se convierten en la médula ósea de un sistema hostil que ignora la sostenibilidad de la vida. Se genera una paradoja, según la cual, sin el trabajo de las mujeres que ostentan estas tareas, el sistema económico deviene insostenible.

A la vez, la imputación arbitraria de la responsabilidad de estas tareas que se hace sobre nosotras es un elemento más del sistema machista social y estructural. Todos los espacios de socialización naturalizan esta división de tareas, y el hecho que las mujeres tengan que renunciar a la atención de sus necesidades pone de manifiesto que hay alguien que no se está haciendo cargo. Se podría cuestionar si estas necesidades, o incluso las soluciones que se tienen que poner en marcha, son netamente individuales o bien colectivas. Quizás los cuidados como acto revolucionario se enmarcan en aquel “lo personal es político”.

Hay que revisar el actual sistema que hace recaer los cuidados en las mujeres, encontrar y compartir herramientas de autocuidado como una forma de cuidarnos entre nosotras; tenemos que construir frentes de reconocimiento compartidos y trasladar la mirada individual de los cuidados a un marco social, a pesar de que se trate de prácticas personales.

Contemplando la salud de las mujeres, con toda la amplitud del término, tenemos que desactivar con urgencia la incidencia negativa que el sistema patriarcal ha tenido en la salud de las mujeres. Ha medicalizado su naturaleza, ha centrado la mirada en la función reproductiva y ha promovido un discurso sobre debilidad física e inestabilidad emocional. Es por este motivo que tenemos que poder resaltar cuestiones como la naturaleza cíclica de las mujeres, compartir herramientas de autocuidado y hábitos de salud o atenuar la influencia de los estereotipos y roles de género en la salud de las mujeres.

Por otro lado, a pesar de que los cuidados son indispensables, tenemos que evitar que éstos sigan siendo un motivo más de mantenimiento de las desigualdades. Revertir esta visión machista que justifica estas relaciones asimétricas de poder pasa a ser un acto de justicia.

El movimiento de 8 de marzo nos ayuda a ser más conscientes que nunca de esta necesidad. Pero hoy, además de unirnos a la denuncia de este sistema violento y machista, queremos poner énfasis en la urgencia de repensar y construir dinámicas que sean estrictamente compatibles con la vida, y nada menos.

Buscar y encontrar espacios propios y comunes para cuidarnos es todo un reto y una prioridad. Con esta urgencia, se tendrían que poder convenir los mecanismos oportunos para hacerlo. Se puede empezar a poner límites en la vida profesional y hacerla estrictamente compatible con la personal, familiar y social, flexibilizar las jornadas, garantizar la autonomía económica de las mujeres, revisar las tareas y los estados anímicos de las compañeras que nos rodean, exigir y hacer más efectiva la co-responsabilidad de las curas, y unos puntos suspensivos que tenemos que seguir elaborando entre todas.

Acciones como la huelga de cuidados en días señalados como el 8 de marzo no sirven para reclamar la atención mediática para que se nos reconozca el trabajo a las mujeres; se paralizan para visibilizarlas, redistribuirlas y ponerlas en primera línea, porque la sostenibilidad de la vida lo reclama y, por esta razón, necesitamos un cambio estructural que nos interpela a todas y todos.