Mi pequeño Titanic: Historia de Vida
Hace unos meses se escuchaban noticias relacionadas con la tragedia de aquellos que fueron a ver los restos de un naufragio y no regresaron. Los restos del naufragio más famoso y documentado de la historia, el Titanic. Una catástrofe marítima ocurrida en la noche del 14 al 15 de abril de 1912 cuando el transatlántico británico RMS Titanic, en su viaje inaugural, colisionó con un iceberg en el océano Atlántico frente a las costas de Terranova.
Más de 100 años después, el sumergible Titan, que formaba parte de una expedición turística para observar los restos del Titanic, sufrió una implosión catastrófica en las profundidades del océano Atlántico en la que fallecieron sus cinco ocupantes.
En mi caso, hablar de naufragio me remite a pensar en mi adopción. Ahora sé que en ocasiones es un naufragio generacional, en otros se alarga en el tiempo y podemos decir que es intergeneracional. En mi caso, por lo que sé es más de lo segundo. Mi madre biológica ya fue víctima y superviviente de uno. Unos años después creó el que me afectó directamente a mí. Viví mis tres primeros años en un barco familiar que hacía aguas. Un día no aguantó más y acabé viviendo en un centro a espera que me encontraran otra familia. De eso hace ya más de veinte años.
Pero volviendo a la tragedia, lo primero que me viene a la mente es que bajar a según qué profundidades sin la preparación o las herramientas necesarias, conlleva ciertos riesgos. Y este riesgo real en el mar y sus profundidades es también una metáfora de lo que representa acercarse a los restos de un naufragio familiar sin la necesaria preparación. Leí algunas cosas al respecto durante estos últimos años, pero ahora puedo hablar en primera persona y con una experiencia a mis espaldas.
Hace un par de años me atreví a pedir a quienes tenían la información sobre mis orígenes que me permitieran mirar a la cara los restos de aquel naufragio ocurrido hacía ya veinte años.
Como los restos del Titanic podían seguir en silencio un tiempo más.
En un lugar aparentemente profundo, frío y oscuro.
Donde cayeron y fueron casi olvidados después de un tiempo.
Pero no es tan fácil.
Como la curiosidad, el vértigo y lo desconocido mueve a un explorador, las ganas de saber, de contrastar con la realidad escrita y de encontrar respuestas nos puede mover a las personas adoptadas a bucear en las profundas aguas de los expedientes de desamparo, de programas de mejora y llegado el caso de la adopción. No es algo que venga en un momento determinado, es algo que se va construyendo con el tiempo, y en mi caso (por suerte) desde que tengo conciencia y la capacidad de formular preguntas.
He tenido la suerte de tener unos padres que siempre me han ayudado y acompañado en ese interés por saber qué pasó. Han sido valientes, pero también inteligentes al darse cuenta de que la verdad sabida es mucho más sanadora o reparadora que la supuesta o hipotética. Por supuesto, muchas cosas ni las sé ni las sabré nunca, pero lo que algunos pudieron ver y documentar es ahora parte de mi historia.
Recuerdo que, en algunos momentos, y no solo hablo de la tan manida adolescencia, fueron mis padres quienes vinieron a mi rescate. Ellos me ayudaron a flotar nuevamente en la superficie de un mar de tranquilidad que nos da el saber que aquello que quieres saber o ver con tus propios ojos estará ahí para cuando estés preparado.
Siempre tuve ese interés por saber. De lo mío y de lo de los demás. Y aunque sabía que con la mayoría de edad tendría derecho a revisar un expediente donde quedó reflejado ese naufragio familiar, mis padres tuvieron muy claro que lo que marcaría mis búsquedas sería mi capacidad de ir incorporando, entendiendo y aceptando. Y como ellos decían, para eso no hay edad, hay voluntad y compañía. Siempre han estado cerquita, pero con la distancia necesaria para hacerme saber que si no los necesitaba se quedaban a la espera. Siempre dispuestos a escuchar, a darme su opinión si la necesitaba y a dejar que me equivocase.
Admiro a quien no lo necesita, a quien puede explicarse su historia y cerrar esas preguntas sin abrir otras. Yo no he encontrado esas buenas respuestas.
Y en esto de explorar los orígenes, como tantas cosas en la vida, creamos unas expectativas que no están a la altura de los acontecimientos que vendrán. Unas horas antes de entrar en la sala en la que tendríamos (me acompañaban mis padres) la primera reunión sobre consulta de expediente pude sentir algo parecido a lo que estos días se ha comentado como una implosión. Una explosión, pero hacia adentro. La presión te aplasta. Presión que no sabía muy bien de donde salía, porque me sentía preparado para dar las explicaciones oportunas y necesarias respecto a lo que me movía a consultar mi expediente de adopción. Una presión que yo mismo me había creado.
En el caso de la tragedia reciente de los exploradores del Titanic dicen que era de desgaste por uso de los materiales con los que estaba construido el pequeño artefacto creado para visitar las profundidades. En mi caso no conseguía entender que era lo que me llevaba a tener esa sensación que me paralizaba. El material del que estamos hechos es una extraña aleación entre los recuerdos y los deseos. Al contrario de lo que se estaba hablando sobre el sumergible, el uso de los recuerdos y los deseos nos hace más fuertes.
Más tarde entendí que el miedo puede ser ese elemento que hace que esa aleación se debilite. Por suerte volví a tener a mis padres tan cerca como fue necesario para que soportar ese miedo y sentirme seguro.
Otra de las hipótesis que escucho sobre la tragedia es que el sumergible descendió demasiado rápido o más allá de lo que podía soportar la estructura de la nave. Eso me recuerda que mi interés en saber y la consiguiente búsqueda de respuestas me ha acompañado desde que tengo uso de razón.
Ha sido un proceso siempre abierto y continuado. Tal vez tenemos la intuición o la esperanza de que los niños pequeños no se preguntan por temas tan centrales como los que tienen que ver con la identidad en la adopción. En mi caso, y me consta que, en muchos otros, las preguntas se encadenan a partir de lo que vamos descubriendo. Poner en la ecuación de la vida a dos madres, luego a dos padres, a las razones de un abandono (voluntario o forzado por las circunstancias) etc., no es nada sencillo de hacer de un día para otro.
Ese acercamiento a poder mirar desde la pequeña escotilla esos restos de un naufragio pude hacerlo en diferentes momentos y en diferentes circunstancias. El camino que me ha permitido poder leer en primera persona, lo que se escribió hace tantos años ha sido progresivo, con sus pausas y sus acelerones, a veces compartido y otras transitado de una manera solitaria. Un acercamiento lento que permite regular mejor la presión de cada estrato, de lo que vas dejando atrás, pero también de tener el tiempo para poder avanzarse a lo que vendrá. Y siempre, siempre, con la seguridad de estar transitando de manera consciente por la vida que me ha tocado vivir y sobre la que tengo el mando para avanzar más rápido o de manera más pausada.
Lo de menos fue lo que encontré en ese expediente. Lo importante es el camino que me llevó a tener siempre alguien que me acompaña en mis búsquedas, que soporta como yo los interrogantes, capaz de construir respuestas cuando no las tenemos. Unos padres a la altura que desde muy niño supieron ver que mi búsqueda era también la suya. Que no importaba la profundidad, el silencio, la oscuridad o el frío que pudiéramos encontrar, que era parte de nuestra historia como familia y que, sin aquella tragedia, sin aquel naufragio, nada de lo que somos hoy tendría sentido.
Quién sabe si esto de la búsqueda de los orígenes, con sus preguntas sin respuesta, con hipótesis imposibles de verificar, con datos que permiten comprender un porqué o explicarse una historia verosímil, es algo que en el fondo hacen todas las personas. Pero en la adopción es necesario prepararse un poco para que ese “fondo” donde reposan los restos de lo que ocurrió sea también una parte de nosotros mismos. No se trata de ir para ver, se trata de ir para ser.
Emilio Mercader Sepúlveda | Educador Social del Servei d’Adopcions de la Fundació IRES
En la Fundación IRES buscamos familias especiales para adopciones especiales, que tengan mucho y tanto por dar como lo que recibirán de estos niños y niñas. Nuestro equipo asesora y acompaña a las familias durante todo el proceso. Es necesario que estén dispuestas a ofrecer un hogar cálido y estable, y dispongan de estabilidad socioeconómica, emocional, laboral y de salud. Hay niños con diversidad funcional, física, sensorial o intelectual o incertidumbres respecto a su desarrollo que esperan que alguien les acompañe y les ayude a subir y regular la presión a lo largo de su camino, intentando evitar una implosión. El acompañamiento a los niños y la creación de un vínculo seguro les ayuda a ser quienes son.