Durante los primeros años de vida, aprendemos a relacionarnos con el mundo y a construir nuestra propia identidad. Los adultos que nos rodean tienen un papel fundamental en nuestra manera de actuar y de sentir. Nos ayudan, guían y regulan.
En esta etapa, la familia tiene un papel relevante ya que es el referente y el agente socializador principal para el niño o la niña. El niño o la niña, vaya donde vaya, lleva en su maleta las experiencias que ha vivido en la familia: las costumbres, los aprendizajes y las actitudes que experimenta en casa. Para los niños, este es el modelo que conocen y, por lo tanto, es el que utilizarán. Es su mundo relacional.
Tener un referente seguro y estable, que pueda atender las necesidades emocionales del niño o la niña, es crucial para un desarrollo sano.
En el caso de los niños que han vivido una situación de desamparo, es decir, que han tenido que ser separados de sus cuidadores principales, la seguridad y la estabilidad de esos referentes se ve afectada. Esto puede repercutir en la manera en que los niños se perciben a sí mismos y en las relaciones que establecen, llegando a ver el entorno como inseguro y peligroso, lo cual afecta a su confianza básica en los demás.
El acogimiento puede ser, por tanto, una oportunidad para ofrecer a los niños otro modelo de vinculación que pueda ser reparador para su confianza y seguridad.
Las familias de acogida pueden ayudar a cargar y aligerar las maletas de estos niños, acompañándolos en la construcción de sus historias, sin dejar de lado las experiencias anteriores y teniendo presente a su familia de origen.
Al mismo tiempo, estas familias pueden aportar comprensión, cuidado y afecto para llenar las maletas de estos niños, permitiéndoles sentirse aceptados e integrados en todos los ámbitos de su vida.
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