Ir al contenido principal

Tiempo al tiempo

Frente a un pasado que se aleja y un futuro incierto, el hoy puede ser un regalo, por eso se llama presente
Fundació IRES
15 enero de 2025

Cumplidos ya los 17 años, Pol (nombre ficticio) comienza a ser mucho más consciente de todo lo que ha representado y representa  en su vida el hecho de ser adoptado. Su tía paterna siempre ha estado ahí, desde sus primeros días de vida, momento en que se retiró la custodia a sus padres biológicos. Ella se lo llevó a casa y lo cuidó como un hijo más han pasado diecisiete años y es ahora cuando finaliza el proceso judicial que pone la “rúbrica” de la autoridad competente sobre la maternidad y paternidad adoptiva. Ahora es tiempo de acabar de hacer papeles. Él está de acuerdo en cambiar sus apellidos y se muestra orgulloso de llevar primero el de su tío.

En una visita a casa, parecida a tantas otras que se hicieron durante tantos años de acogimiento preadoptivo, nos atrevemos a preguntarle de forma directa si necesita saber algo que podamos contarle y él se atreve a contestar de manera también directa y contundente. Verbaliza ese “quiero saber todo sobre mi vida”. Sus padres adoptivos están sentados a su lado. Ellos se muestran algo extrañados pero tranquilos. Siempre han estado dispuestos a decirle lo que quisiera saber, pero el tiempo pasaba y él no preguntaba. Hace poco se ha tatuado en su pierna un bonito paisaje con un gran reloj antiguo donde aparece una frase que dice que es muy especial para él: “Tiempo al tiempo”.

Ese dar “tiempo al tiempo” nos plantea algunos interrogantes sobre nuestra intervención profesional y nos permite reflexionar para este y otros casos. Esa dimensión del tiempo es un factor que siempre está presente en nuestro hacer con las familias y los niños. Veamos pues qué sentido tiene poder pensar en dar “tiempo al tiempo”, quien necesita ese tiempo y como se articula esto con el hecho adoptivo. Lo examinaremos desde tres puntos de vista que pensamos nos ayudan a reflexionar y que están estrechamente vinculadas y anudadas unas con otras.

El primero es el que llamaremos el tiempo en la infancia, que nos habla del tiempo de ese niño o niña en particular.

Toda adopción comporta dejar atrás un pasado, por muy breve que este sea, para incorporarnos a un “nuevo” futuro. Un proceso que conlleva pagar el precio de algunas pérdidas. Una de ellas, y tal vez la más significativa será la des/conexión con el pasado, con lo que solemos llamar nuestras raíces u orígenes y en consecuencia con algunos elementos constituyentes de la nuestra identidad.

La infancia es el tiempo privilegiado de construcción subjetiva, es decir el tiempo en el que nos constituimos como sujetos. Y nos sujetamos a un nombre, un cuerpo, una historia, a una familia, y a toda aquello que nos hace personas únicas. Es el tiempo de los anudamientos afectivos en los que se produce lo más singular de cada uno y donde aparece la posibilidad de que cada sujeto incorpore de manera particular lo que está por llegar.

En la infancia adoptada estas cosas ocurren como con el resto, pero paradójicamente encontramos algunas particularidades de esa posibilidad de saber o hacer en la infancia. Estamos hablando del trabajo de conectar con los orígenes (entendemos conectar no como tener contacto o relación sino básicamente como el trabajo de construir el relato que sustenta una identidad). Este trabajo respecto al origen puede quedar congelado, estancado, paralizado hasta una supuesta mayoría de edad. Movidos por cierta óptica proteccionista se entendía que solo con la entrada en el mundo adulto el sujeto estaba preparado para enfrentarse a la dura realidad que le llevó a ser adoptado. Saber y pensar sobre esas pérdidas, rupturas o traumas podían quedar en suspenso durante un largo tiempo. En el trabajo de acompañamiento al proceso adoptivo hace años que nos preguntamos si esa espera responde realmente al tan manido interés superior del menor o está al servicio del supuesto beneficio de la total ruptura con el pasado que acompañaba a la adopción y cierto “adultismo” de saber lo que el niño o la niña necesita en cada momento.

Las aportaciones de personas ya adultas que fueron adoptadas, así como la observación y acompañamiento de niños, adolescentes y jóvenes realizados en estos últimos años nos invitan a interrogarnos sobre el trabajo que se puede hacer durante el tiempo de la infancia en esta construcción de la identidad. Paralelamente también nos hace más conscientes del peligro de avanzarnos, cuando en un primer tiempo de convivencia lo fundamental es la construcción de lazos parentales que afiancen un vínculo seguro. Todo proceso de “dejarse” adoptar lleva su tiempo. Muchos niños y niñas adoptados tienen que aprender a ser hijos. Y normalmente deben hacerlo mientras unos padres inauguran su paternidad y por lo tanto también están en un proceso de aprendizaje.

Sabemos que en los casos de adopciones con niños y niñas de cierta edad el proceso se hace algo más complejo. Lo vivido deja su impronta y determina en parte como puede vivirse o incorporarse  lo nuevo. La pérdida de la familia de origen conlleva una herida temprana que acompañará de alguna manera a la persona que lo ha sufrido. Si además ha estado sometido a situaciones de abandono o maltrato esa herida suele ser más profunda. Es muy posible que aparezcan momentos de regresión, entendida en su doble versión de una vuelta al pasado o como el retorno al presente de algo del pasado. En muchas ocasiones no es el niño el que regresa al pasado, sino el pasado el que regresa al presente del niño. En forma de recuerdo, de algo no resuelto, o de trauma. Será importante saber esperar, ayudar a colocar parte de ese pasado para poder avanzar de manera más firme.

Saber esperar al momento oportuno es fundamental en los primeros años de la adopción. Saber esperar para poder introducir cierta presión en los aprendizajes escolares, saber esperar para poder derivar a terapia cuando el niño o niña “pide” ayuda, estar atentos/as y reparar en lo que el niño/a necesita más que intentar “reparar” los efectos de un pasado traumático. Esperar sin desfallecer y acompañar.

En todo proceso de adopción nos encontraremos con una familia que también tendrá una particular manera de proyectarse en el futuro con ese niño/a que acaba de llegar. Una familia que en el mejor de los casos ha podido pensar y elaborar ese lugar que le ofrece. Un lugar que nunca estará vacío, pero que será necesario que tampoco esté muy cargado de expectativas que permitan acoger lo nuevo que está por venir.

En el trabajo de validación y preparación nos encontramos con unas personas adultas que pasan por diferentes momentos en el trabajo de verse como futuros padres y madres. Luego vendrá un tiempo de espera para recibir la propuesta, el tiempo de conocerse, la llamada “luna de miel” donde aparentemente todo es maravilloso y armónico, el tiempo donde el niño empieza a sentirse seguro y puede mostrar con mayor intensidad lo que no funciona del todo bien, el tiempo de cerrar el papeleo y cambiar definitivamente los apellidos, la aproximación a la temida adolescencia, etc.  

El trabajo de soporte y acompañamiento con esos padres pretender hacer presente que hace falta tiempo para ubicar lo que ese niño trae consigo, un tiempo para observar, para entender y para poder proponer maneras nuevas de hacer. Por otra parte también es necesario poder ayudar a las familias a escapar del “imperativo de la normalidad” que a modo de guía nos indica las diferentes fases de desarrollo y aprendizajes por el que se supone que han de transitar los niños y niñas a ciertas edades. Hemos de ayudarlos a incorporar las necesidades especiales o la diversidad funcional que ese niño trae consigo y los efectos de las diferentes rupturas o abandonos que ya ha sufrido. Poder escapar de ese corsé que conlleva el concepto de desarrollo tiene efectos beneficiosos a corto y largo plazo.

En muchos casos será necesario transformar la queja en demanda, que comportará que podemos hacer algo con esa demanda. Este trabajo también llevará su tiempo y será necesario armarlos/las (nos) de paciencia. Y a la paciencia debemos incorporar la idea de perseverar, mantenerse constante en la consecución de lo comenzado, sin dejarnos engañar por la apariencia de “la adaptación”.  Será más fácil que puedan sentir que el niño está adaptado que adoptado.

En todo proceso de adopción nos encontramos con que existe un periodo marcado por la intervención directa de la administración durante el periodo que dura la medida del acogimiento preadoptivo. El niño/a permanece tutelado por la administración el tiempo necesario mientras se tramita el proceso judicial que pone fin a su filiación con su familia de origen. Un proceso judicial que viene a concluir otro proceso que fue el del desamparo y la propuesta de acogimiento preadoptivo. En suma podemos estar hablando de tres o cuatro años en los que diferentes servicios estamos interviniendo de manera directa en la vida de ese niño/a y esa familia.

El trabajo de las diferentes administraciones persigue diferentes objetivos, pero el que nos interesa de manera particular es aquel focalizado en certificar que unos padres biológicos han tenido todas las garantías y oportunidades para cambiar las circunstancias que los llevaron a que el hijo fuese desamparado y se valorase que la mejor propuesta para él es la adopción.  Las diferentes intervenciones profesionales se centraran en otorgar estas garantías, en trabajar las posibilidades de recuperación, en atender convenientemente las necesidades de cada niño/a, en encontrar y preparar las familias adoptivas, etc. Unos tiempos que funcionan al margen de los tiempos de cada niño/a y cada familia pero que de manera directa condicionan o determinan algunos aspectos de la convivencia.

En los últimos años existe una creciente preocupación por la dilatación de los tiempos para elaborar estas propuestas de adopción y para que estas puedan materializarse. Las estancias en familia de urgencia y diagnóstico o en centros de acogida se alargan mucho más de lo que el “bien superior del menor” aconsejaría. La fuerte vinculación afectiva del niño/a con los acogedores temporales comportará un mayor trabajo para incorporar una nueva familia. Prolongar en exceso la estancia en centro a la espera de tener ultimado el trabajo de propuesta de adopción con las garantías antes mencionadas puede aportar protección frente al maltrato o la negligencia, pero no puede resolver de forma eficaz las carencias afectivas que comporta toda institucionalización.

Es por ello que un simple tatuaje de “tiempo al tiempo” nos interpela a reflexionar sobre como cada sujeto necesita su tiempo para hacer sus elecciones, para prepararse y adquirir la confianza necesaria en todo proceso de crecimiento. También nos sugiere que es necesario poder articular los tiempos de la familia con los tiempos de niño/a que es adoptado/a. El trabajo profesional será en muchos casos orientado a aliviar el exceso de presión o apremio para conseguir unas metas alejadas de las capacidades o posibilidades de quien es adoptado. Por último los tiempos de la administración o servicios que intervienen con el niño/a y su familia deben orientarse a procurar el bienestar de ese niño/a, con las garantías necesarias y exigibles, pero sin dilataciones que comprometan ese bienestar futuro.